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jueves, 7 de septiembre de 2017

Lakuntza - Valle de Lana

Andanza XCI: Lakuntza - Lana, Valle de

Día: 20/08/2017
Desde que el mundo es mundo existen ciertos necios que por mantenerse callados habitualmente logran pasar por discretos, sin embargo, en cuanto se ven en la obligación de manifestarse pasan a ocupar automáticamente el puesto que les corresponde en la hermandad de los tontainas. Hay días que, como hoy, también nosotros nos levantamos poseídos por la espesura y el oscurantismo, y para no identificarnos como esos tontos secretos y en un intento de mantener nuestra reputación entre la de los juiciosos, dado que no podemos guardar silencio por necesidades del guión, nos vemos en la obligación de invocar cada poco a ilustres personajes para que con sus ocurrencias nos ayuden a correr un tupido velo que disimule nuestros vacíos. Para evitar altercados, siempre procuramos evocar a notables fenecidos, pues son menos propensos a indignarse ante interpretaciones vejatorias de sus idearios, a las que tan dados somos. Cierto es que algunos de los insignes aquí mentados tienen deudos y pudiera ser que nuestro reiterado proceder alimente su voluntad maldiciente, Dios no lo quiera, por eso apelamos a la caridad que se debe hacia los tontos acreditados en su tontería.
Pues lo dicho, puestos a invocar, invocamos hoy a don José Ortega y Gasset, notable filósofo hacedor de conceptos caracterizados por un alto grado de abstracción, muchos de los cuáles escapan a la lucidez de los cándidos. Pero no hay problema, pues para arruinar su verdadero sentido nos las pintamos solos, en beneficio propio, eso sí, y en perjuicio ajeno, eso también, aunque, teniendo en cuenta que estas licencias nos las tomamos sin mala intención, damos por hecho que su verdadero padre sabrá perdonarnos, allá donde esté.
Aseguraba el bueno de don José que él era él y su circunstancia. Que él era él estuvo claro desde el principio, pues con mirarse al espejo le bastaba para comprobarlo. Pero lo de la circunstancia dichosa se nos antoja como un concepto algo más nebuloso. Decía Ortega que la circunstancia es todo lo que a cada uno le viene impuesto por el destino y también lo que le acarrea el modo de conducirse en la vida. Por consiguiente, el quehacer del hombre consiste en afrontar buenamente los vaivenes de la circunstancia que le ha caído en suerte, porque vivir es tratar a diario con la circunstancia. Pero esta señora circunstancia es caprichosa en el trato… o te come a besos o te infla a ostias, según le dé. Y así, al igual que cada perro termina por parecerse a su dueño, cada circunstancia termina por adueñarse del prójimo al que envuelve, aportándole el carácter pertinente… o impertinente.
Por suerte, nuestra circunstancia es amable y nos toleramos bien (por ahora). Ella fue la que nos lanzó a esta empresa con la que tanto disfrutamos y que aquí intentamos compartir para regocijo general, y si no general, al menos el de unos pocos irreductibles que con nosotros hacen gala de más paciencia que el santo Job. Mas a la circunstancia hay que acariciarle el lomo, hay que mimarla y aún así, por su carácter gatuno de vez en cuando te suelta un zarpazo. Es lo que tiene la circunstancia.
¡Ay la dichosa circunstancia!, que no sólo se ceba con las personas, sino también con los sitios y de esto don José no dijo ni pío, es cosa nuestra. Porque a cada pueblo también se le sube a la chepa su circunstancia y a veces pesa como una losa, cuando está gorda la condenada, de lo histórico, de lo inmediato, de lo espiritual y de lo material, así que hoy nos vamos a indagar sobre los de Lakuntza y su circunstancia, sobre los del Valle de Lana y la suya, a alcahuetear por los entresijos respectivos, los impuestos y los adquiridos.
El camino ya lo conocemos, y bien, de tanto insistir hemos hecho surco. Puerto de Lizarraga para arriba, puerto de Lizarraga para abajo, presto a abocarte a La Barranca de manera vertiginosa por su vertiente norte. Allí, en el valle del Arakil está Lakuntza, a la vera del río, custodiado por la sierra de Andía y a la sombra de la poderosa mole de San Donato. Su caserío se extiende por una llanura de ribera, aunque el resto de su término municipal se retuerce un poco más. Moran en el lugar unos 1260 habitantes, entre el núcleo principal y los barrios vecinos. Los más viejos han visto mudar la circunstancia de su pueblo. Antaño era una circunstancia aldeana, de agricultura, de ganadería, de explotación forestal y hogaño se ha transmutado en urbana e industrial. Por su culpa ahora conviven caserones imperturbables, recios y adustos con frías naves industriales, más bien impersonales. Qué antojadizas son las circunstancias.
Un chascarrillo: nos hemos enterado por un pajarito que en Lakuntza le tienen una especial aversión a los calderos, o por lo menos a uno en concreto. Parece ser que si preguntas a uno de Lakuntza por el susodicho caldero le sienta peor que si le mientas las habilidades de su madre como meretriz, y responde con exabruptos y bufidos, o bien te suelta una andanada en toda la jeta. Algo gordo se debía cocer en el caldero de marras, porque la cosa es un tanto misteriosa, viene de antiguo y ya recogían esta fobia los folcloristas navarros del pasado siglo.
Cambiamos de escenario volviendo por donde habíamos venido, al menos hasta Estella. Desde aquí, circulando por la NA-132A con dirección Vitoria, poco antes de la muga con Álava se esconde un valle al que el aislamiento le ha proporcionado su circunstancia. Entre la intimidad y el recogimiento, de incógnito, con el farallón pétreo de la sierra de Lóquiz cerrándole el norte, el Valle de Lana se oculta de miradas indiscretas. Sus horizontes están limitados por escabrosidades, pero no importa, en su retiro está su esplendor.
El valle se estira de Este a Oeste y en su término se asientan cinco pequeños concejos: Galbarra, Gastiáin, Narcué, Ulíbarri y Viloria. Pocos son sus habitantes, entre todos no llegan a los 175 vecinos, pero disfrutan de lo añejo, de lo vetusto, porque así son sus pueblos. No destacan por poseer monumentos sobresalientes, ni iglesias colosales ni palacios ilustres, todo es modesto y es que en la sencillez está su virtud. Por eso Lana no es presuntuoso, es más bien un valle tímido, será por su clausura, por su apartamiento. Hasta se le ha llegado a conocer popularmente como la “Pequeña Rusia”.

En el valle se ha conservado un oficio ancestral, el de hacer carbón. El carbonero era un personaje habitual en diversas comarcas de Navarra hasta mediados del siglo pasado y hoy ya prácticamente ha desaparecido. En Viloria especialmente, la mayoría de sus vecinos se dedicaban a este quehacer y pasaban en el monte varios meses al año cociendo la madera. Por fortuna, aún quedan carboneros en el Valle de Lana como vestigio de un pasado que se empeña en persistir. Es de agradecer la testarudez de la circunstancia, que todavía nos permite contemplar cómo humea una carbonera tal como lo hacía siglos atrás.












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