Andanza CXXXII: Pitillas - Puente la Reina - Pueyo
Día: 09/01/2024
Hoy nos hemos levantado sumidos
en una depresión escatológica. Pero que nadie piense que se trata de la
escatología fisiológica, la de la caca, porque todavía no hemos alcanzado ese
grado de decadencia, aunque por edad nos estemos acercando. Se trata de la
otra, de la escatología ligada a la teología, a la teología cristiana en
concreto, por ser la que hemos mamado de pequeños, aunque de mayores nos
hayamos convertido en unos cristianos un tanto hipócritas y sólo vayamos a misa
en bautizos, comuniones, bodas y funerales, comamos carne los viernes de Cuaresma y no
cumplamos con muchos otros preceptos dogmáticos católicos.
El caso es que, a vueltas con las
cosas finales, que es de lo que trata la escatología cristiana (y la de otras
religiones también), nos ha venido a la memoria el afán de algunos predicadores
por anunciar el fin de los tiempos, pero como no es la primera vez que lo
hacen, ni será la última, resulta que los tiempos siempre están a punto de
acabar, sin embargo, cuando los plazos marcados en el calendario se cumplen y
el fin del mundo no termina de llegar, los profetas quedan en evidencia y se
desborda la alegría de los que se lo habían creído.
Nosotros hemos hecho de
escatólogos a lo largo de estas andanzas en más de una ocasión. Hemos intentado
predecir el fin de este trabajo de Hércules autoimpuesto, no obstante, al igual
que los predicadores, no acertamos ni una. Y como los tiempos se nos están
alargando cosa mala, tanto que se nos van a juntar con la Parusía, ya no nos
atrevemos a hacer vaticinios, pues el final llegará cuando tenga que llegar.
Pero no nos podemos dormir en los laureles, porque, aunque los agoreros del
Juicio Final hasta ahora han resultado poco fiables, siempre andamos con la
mosca detrás de la oreja, por si acaso.
Por otra parte, según una encuesta
que se realizó en Estados Unidos en 2010, aproximadamente un 40% de sus
ciudadanos cristianos cree que la Parusía se producirá en 2050, con todo lo que
ello conlleva. Dependiendo del día en que se produzca nos quedan poco más de 25
años, así que hay que espabilar. La Parusía, como todo el mundo sabe, conlleva
la segunda llegada de Jesús a este mundo y tres acontecimientos que sucederán a
la vez, en un abrir y cerrar de ojos: los vivos morirán (nosotros lo tenemos
complicado para llegar hasta esa fecha en estado existencial; en el mejor de
los casos, andaremos muy, muy justos), el universo se transfigurará y los
muertos resucitarán, serán juzgados y recompensados, cuando proceda, aunque, a
la vista del mucho vicio que hay, parece que una gran mayoría arderá en el
infierno.
Pero resulta que después de este
único instante o momento, quien debía aclarárnoslo, es decir, la Iglesia, no
sabe lo que ocurrirá a ciencia cierta durante el resto de la eternidad. De
forma vaga y escudándose en Mateo el evangelista, informa únicamente que los
condenados seguirán en el infierno y los salvados experimentarán la visión
beatífica. Eso de la visión beatífica es intrigante y ya quisiéramos saber qué
tipo de visión es soportable sin aburrirse por toda la eternidad, porque, si
una película de más de dos horas se hace pesada, visionar no se sabe qué
durante tanto tiempo parece un regalo envenenado.
En fin, no divaguemos y vamos a
lo que nos interesa, que es terminar esta misión antes de que llegue la Parusía
en general o la nuestra en particular, pues el tiempo corre que se las pela.
Hoy, en aras a acelerar el evento, haremos un esfuerzo explorador visitando, de
acuerdo al orden alfabético, Pitillas, Puente la Reina y Pueyo. El primero y el
tercero pertenecientes a la Merindad de Olite, el segundo a la de Pamplona. No
obstante, volveremos a hacer trampas y haremos acto de presencia en Puente la
Reina al final, por economía de medios y ahorrar gasolina y ruedas, ya que no
están los tiempos para derroches innecesarios.
Poco atractivo para la moto
tienen los caminos que llevan a Pitillas, entre rectas y más rectas, en
consecuencia, la monotonía nos apresa hasta que la carretera NA-5331, que viene
desde Beire paralela al río Cidacos, nos aboca a la localidad con el
polideportivo de anfitrión. Pitillas, situada en el piedemonte de la Sierra de
Ujué, se estira de norte a sur a la vera del Cidacos, por la mitad la parte la
NA-5330 que lleva a Santacara, de Pamplona la separan 50 kilómetros y menos de
500 almas se agitan entre sus entresijos; aunque agitarse, lo que se dice
agitarse, no demasiado, más bien pululan serenamente por un lugar, a primera
vista, libre de turbaciones.
Una parte de su conjunto urbano
mantiene un porte arquitectónico que aún conserva sillería, sillarejo, arcos y
dinteles, con sabor añejo. En el ámbito de lo civil sobresalen varios caserones
presumidos cuya fábrica data del siglo XVII, con fachadas que se jactan de
blasones barrocos e incluso otras fanfarronean de rococós. El más pretencioso
es un palacio con sillería de la buena, del siglo XVII, y también alardea el
ayuntamiento, del mismo siglo, con su pórtico de triple arcada. Respecto a lo
sagrado, la iglesia de San Pedro es un edificio de lo más ecléctico, que
conserva algo de gótico, pero que se pasó a lo renacentista de principios del
siglo XVII, si bien, con una portada y torre que se rezagaron hasta la segunda
mitad de esa misma centuria.
Sin embargo, lo que ha dado
renombre a Pitillas es su laguna, aunque la comparta con Santacara. La Laguna
de Pitillas, con sus aproximadamente 206 hectáreas, es el humedal de origen
endorreico (sin desagüe) más grande de Navarra. Situada a 3 kilómetros de
Pitillas, fue declarada Reserva Natural en 1987, y es también Zona de Especial
Protección para las Aves y Humedal de Importancia Internacional. Es
significativa la abundancia y variedad de especies de aves acuáticas que optan
por esta laguna para invernar o reproducirse. Allí, patos, ansarones, garzas
reales, avetoros, somormujos, aguiluchos laguneros, cigüeñas, golondrinas,
estorninos, abejarucos y algún otro pájaro de cuentas se acomodan y dedican a
la caza y captura del cangrejo rojo y de los incautos anfibios con los que
llenar la panza, a la vez que conforman un auténtico mosaico natural de colores
y sonidos para disfrute de los visitantes.
A nosotros, ante tanto pájaro,
nos viene a la memoria la película de Hitchcock y salimos por patas con la
ayuda de un motor, aunque también puede ser porque el tiempo apremia y nos
queda mucho por visitar. Hacia septentrión tenemos unos 21 kilómetros hasta
Pueyo, por la transitada N-121. Tras un cruce a la izquierda y escalar un cerro
llegamos al pueblo, porque Pueyo es un lugar de mediana altura situado a unos
30 kilómetros al sur de Pamplona, desde donde sus 360 habitantes, alma arriba,
alma abajo, se encuentran muy satisfechos con el privilegio que tienen de otear
unos horizontes diáfanos.
También es cierto que los vecinos
de Pueyo son de piernas hercúleas, las que se les desarrollan con subir y bajar
tanta cuesta, además, los que sean católicos practicantes, aparte de piernas
hercúleas, han de tener una fe inconmensurable, que es la necesaria para ir a
oír misa hasta una iglesia encumbrada en lo más alto del pueblo, no obstante,
aparte de la satisfacción espiritual que cada fiel pueda alcanzar con la asistencia religiosa, está el regalo para la vista
que desde aquí arriba se obtiene contemplando la inmensidad de la Valdorba, eso
sí, una vez repuestos del esfuerzo que supone la escalada hasta el templo, cuya
titular es la Asunción de Nuestra Señora, y que visto lo visto, más bien
debería llamarse de la Ascensión, de señoras y señores, que para el caso da
igual, pues todos han de sudar la gota gorda para llegar.
Después de tantos esfuerzos de
ascensión, damos gracias a la Asunción porque en Pueyo haya un lugar donde
reponerse del desgaste sufrido, con un potente aperitivo en el bar-tienda de la
calle Mayor, que lo mismo te vende el pan o una docena de huevos que te pone un
rioja y unos fritos para chuparse los dedos. Así que, repuesto el cuerpo, hemos
de continuar y trasegar los 27 kilómetros que nos separan de Puente la Reina
que, como ya advertimos, hemos trampeado y dejado para el final, por razones
estratégicas, o al menos esa es la escusa oficial.
Aunque el tiempo se nos va
escapando, con un lugar como Puente la Reina/Gares no caben prisas porque es de
esos sitios seductores para el viajero. Puente se ubica en el valle de
Valdizarbe, al sur de la Sierra del Perdón y a 22 km de Pamplona. Cuenta con
un censo de algo menos de 3000 habitantes y es una de las poblaciones más
emblemáticas del Camino de Santiago, pues en sus proximidades confluye la ruta
que viene de Francia por Roncesvalles con la que accede por Huesca, a través de
Somport.
Es Puente, por tanto, un
histórico crisol en el que se fusionan caminos y caminantes, y esto le ha
marcado una impronta jacobea que rebosa por todos sus rincones y por ello se ha
convertido en parada obligatoria tanto para peregrinos como para otros viajeros
curiosos. La tradición dice, aunque hay quien no está de acuerdo con la
tradición, que el nombre de Puente la Reina deriva del puente románico
construido para facilitar el paso del río Arga, a instancias de la reina Doña
Mayor, también conocida como Muniadona de Castilla, esposa de Sancho Garcés
III, el Mayor, que fue rey de Pamplona entre 1004 y 1035 y gran impulsor de las
peregrinaciones a Santiago. La leyenda cuenta que fue ella quien se empecinó en
construir un sólido puente para que los peregrinos no se mojaran las calzas al
atravesar el río en verano y no se los llevara la corriente en invierno. Sí que
resultó consistente el puente, a la vista está unos cuantos siglos después. Sus
siete arcos de medio punto y cinco pilares aguantan impertérritos y se ha
convertido en uno de los monumentos más emblemáticos del Camino.
En su conjunto, la villa es un
claro ejemplo de lugar nacido por y para la ruta jacobea, como lo demuestra la
configuración de sus calles rectas y paralelas, con belenas que las comunican,
siendo la calle Mayor la principal y por la que transcurre el Camino,
desembocando en el puente que da nombre a la población y permitía a los
peregrinos salvar el río tras franquear la muralla. Puente la Reina es un paradigma
de villa medieval fortificada, circundada por una muralla jalonada por
torreones, alguno de los cuales aún se mantiene en pie. Su casco histórico se
encuentra bien dotado de casas blasonadas y palacios, pero también de
arquitectura popular, con viviendas en cuyos bajos todavía hoy se observa algún
comercio artesano. Y como un pueblo sin plaza, no es un pueblo, Puente tiene su
Plaza Mayor, regular, rectangular y porticada en parte, donde planta sus reales
el ayuntamiento.
No vamos a dejar en el tintero el
ámbito de lo sagrado, tan bien representado. A destacar la iglesia parroquial
de Santiago, construida en el siglo XII, cuando a Puente empezaron a llegar
peregrinos en masa, aunque modificada posteriormente y que rivaliza con la
iglesia del Crucifijo, tardorrománica, edificada por los templarios a mitad del
siglo XII y ampliada en el siglo XIV. Por si faltara sitio para cobijar fieles,
está también la iglesia de San Pedro, del siglo XIV, que guarda una talla de la
Virgen del Txori (pájaro en euskera), cuyo nombre, según la leyenda, le viene
porque un pajarillo muy devoto iba todos los días al río a por agua para
lavarle la cara.
Otra vez esto se nos ha ido de
las manos por miedo a que el Juicio Final llegue antes de que demos fin a
nuestra misión moto-viajera por Navarra. La culpa la tiene el boticario
Nostradamus, que vinculó el fin del mundo con el fallecimiento del Papa, y eso es
lo que nos tiene con las orejas tiesas y la mosca rondando por detrás.
