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jueves, 15 de mayo de 2025

Pitillas - Puente la Reina - Pueyo

Andanza CXXXII: Pitillas - Puente la Reina - Pueyo

Día: 09/01/2024

Hoy nos hemos levantado sumidos en una depresión escatológica. Pero que nadie piense que se trata de la escatología fisiológica, la de la caca, porque todavía no hemos alcanzado ese grado de decadencia, aunque por edad nos estemos acercando. Se trata de la otra, de la escatología ligada a la teología, a la teología cristiana en concreto, por ser la que hemos mamado de pequeños, aunque de mayores nos hayamos convertido en unos cristianos un tanto hipócritas y sólo vayamos a misa en bautizos, comuniones, bodas y funerales, comamos carne los viernes de Cuaresma y no cumplamos con muchos otros preceptos dogmáticos católicos.




El caso es que, a vueltas con las cosas finales, que es de lo que trata la escatología cristiana (y la de otras religiones también), nos ha venido a la memoria el afán de algunos predicadores por anunciar el fin de los tiempos, pero como no es la primera vez que lo hacen, ni será la última, resulta que los tiempos siempre están a punto de acabar, sin embargo, cuando los plazos marcados en el calendario se cumplen y el fin del mundo no termina de llegar, los profetas quedan en evidencia y se desborda la alegría de los que se lo habían creído.

Nosotros hemos hecho de escatólogos a lo largo de estas andanzas en más de una ocasión. Hemos intentado predecir el fin de este trabajo de Hércules autoimpuesto, no obstante, al igual que los predicadores, no acertamos ni una. Y como los tiempos se nos están alargando cosa mala, tanto que se nos van a juntar con la Parusía, ya no nos atrevemos a hacer vaticinios, pues el final llegará cuando tenga que llegar. Pero no nos podemos dormir en los laureles, porque, aunque los agoreros del Juicio Final hasta ahora han resultado poco fiables, siempre andamos con la mosca detrás de la oreja, por si acaso.

Por otra parte, según una encuesta que se realizó en Estados Unidos en 2010, aproximadamente un 40% de sus ciudadanos cristianos cree que la Parusía se producirá en 2050, con todo lo que ello conlleva. Dependiendo del día en que se produzca nos quedan poco más de 25 años, así que hay que espabilar. La Parusía, como todo el mundo sabe, conlleva la segunda llegada de Jesús a este mundo y tres acontecimientos que sucederán a la vez, en un abrir y cerrar de ojos: los vivos morirán (nosotros lo tenemos complicado para llegar hasta esa fecha en estado existencial; en el mejor de los casos, andaremos muy, muy justos), el universo se transfigurará y los muertos resucitarán, serán juzgados y recompensados, cuando proceda, aunque, a la vista del mucho vicio que hay, parece que una gran mayoría arderá en el infierno.

Pero resulta que después de este único instante o momento, quien debía aclarárnoslo, es decir, la Iglesia, no sabe lo que ocurrirá a ciencia cierta durante el resto de la eternidad. De forma vaga y escudándose en Mateo el evangelista, informa únicamente que los condenados seguirán en el infierno y los salvados experimentarán la visión beatífica. Eso de la visión beatífica es intrigante y ya quisiéramos saber qué tipo de visión es soportable sin aburrirse por toda la eternidad, porque, si una película de más de dos horas se hace pesada, visionar no se sabe qué durante tanto tiempo parece un regalo envenenado.




En fin, no divaguemos y vamos a lo que nos interesa, que es terminar esta misión antes de que llegue la Parusía en general o la nuestra en particular, pues el tiempo corre que se las pela. Hoy, en aras a acelerar el evento, haremos un esfuerzo explorador visitando, de acuerdo al orden alfabético, Pitillas, Puente la Reina y Pueyo. El primero y el tercero pertenecientes a la Merindad de Olite, el segundo a la de Pamplona. No obstante, volveremos a hacer trampas y haremos acto de presencia en Puente la Reina al final, por economía de medios y ahorrar gasolina y ruedas, ya que no están los tiempos para derroches innecesarios.

Poco atractivo para la moto tienen los caminos que llevan a Pitillas, entre rectas y más rectas, en consecuencia, la monotonía nos apresa hasta que la carretera NA-5331, que viene desde Beire paralela al río Cidacos, nos aboca a la localidad con el polideportivo de anfitrión. Pitillas, situada en el piedemonte de la Sierra de Ujué, se estira de norte a sur a la vera del Cidacos, por la mitad la parte la NA-5330 que lleva a Santacara, de Pamplona la separan 50 kilómetros y menos de 500 almas se agitan entre sus entresijos; aunque agitarse, lo que se dice agitarse, no demasiado, más bien pululan serenamente por un lugar, a primera vista, libre de turbaciones.

Una parte de su conjunto urbano mantiene un porte arquitectónico que aún conserva sillería, sillarejo, arcos y dinteles, con sabor añejo. En el ámbito de lo civil sobresalen varios caserones presumidos cuya fábrica data del siglo XVII, con fachadas que se jactan de blasones barrocos e incluso otras fanfarronean de rococós. El más pretencioso es un palacio con sillería de la buena, del siglo XVII, y también alardea el ayuntamiento, del mismo siglo, con su pórtico de triple arcada. Respecto a lo sagrado, la iglesia de San Pedro es un edificio de lo más ecléctico, que conserva algo de gótico, pero que se pasó a lo renacentista de principios del siglo XVII, si bien, con una portada y torre que se rezagaron hasta la segunda mitad de esa misma centuria.


Sin embargo, lo que ha dado renombre a Pitillas es su laguna, aunque la comparta con Santacara. La Laguna de Pitillas, con sus aproximadamente 206 hectáreas, es el humedal de origen endorreico (sin desagüe) más grande de Navarra. Situada a 3 kilómetros de Pitillas, fue declarada Reserva Natural en 1987, y es también Zona de Especial Protección para las Aves y Humedal de Importancia Internacional. Es significativa la abundancia y variedad de especies de aves acuáticas que optan por esta laguna para invernar o reproducirse. Allí, patos, ansarones, garzas reales, avetoros, somormujos, aguiluchos laguneros, cigüeñas, golondrinas, estorninos, abejarucos y algún otro pájaro de cuentas se acomodan y dedican a la caza y captura del cangrejo rojo y de los incautos anfibios con los que llenar la panza, a la vez que conforman un auténtico mosaico natural de colores y sonidos para disfrute de los visitantes.

A nosotros, ante tanto pájaro, nos viene a la memoria la película de Hitchcock y salimos por patas con la ayuda de un motor, aunque también puede ser porque el tiempo apremia y nos queda mucho por visitar. Hacia septentrión tenemos unos 21 kilómetros hasta Pueyo, por la transitada N-121. Tras un cruce a la izquierda y escalar un cerro llegamos al pueblo, porque Pueyo es un lugar de mediana altura situado a unos 30 kilómetros al sur de Pamplona, desde donde sus 360 habitantes, alma arriba, alma abajo, se encuentran muy satisfechos con el privilegio que tienen de otear unos horizontes diáfanos.

También es cierto que los vecinos de Pueyo son de piernas hercúleas, las que se les desarrollan con subir y bajar tanta cuesta, además, los que sean católicos practicantes, aparte de piernas hercúleas, han de tener una fe inconmensurable, que es la necesaria para ir a oír misa hasta una iglesia encumbrada en lo más alto del pueblo, no obstante, aparte de la satisfacción espiritual que cada fiel pueda alcanzar con la asistencia religiosa, está el regalo para la vista que desde aquí arriba se obtiene contemplando la inmensidad de la Valdorba, eso sí, una vez repuestos del esfuerzo que supone la escalada hasta el templo, cuya titular es la Asunción de Nuestra Señora, y que visto lo visto, más bien debería llamarse de la Ascensión, de señoras y señores, que para el caso da igual, pues todos han de sudar la gota gorda para llegar.

Después de tantos esfuerzos de ascensión, damos gracias a la Asunción porque en Pueyo haya un lugar donde reponerse del desgaste sufrido, con un potente aperitivo en el bar-tienda de la calle Mayor, que lo mismo te vende el pan o una docena de huevos que te pone un rioja y unos fritos para chuparse los dedos. Así que, repuesto el cuerpo, hemos de continuar y trasegar los 27 kilómetros que nos separan de Puente la Reina que, como ya advertimos, hemos trampeado y dejado para el final, por razones estratégicas, o al menos esa es la escusa oficial.

Aunque el tiempo se nos va escapando, con un lugar como Puente la Reina/Gares no caben prisas porque es de esos sitios seductores para el viajero. Puente se ubica en el valle de Valdizarbe, al sur de la Sierra del Perdón y a 22 km de Pamplona. Cuenta con un censo de algo menos de 3000 habitantes y es una de las poblaciones más emblemáticas del Camino de Santiago, pues en sus proximidades confluye la ruta que viene de Francia por Roncesvalles con la que accede por Huesca, a través de Somport.

Es Puente, por tanto, un histórico crisol en el que se fusionan caminos y caminantes, y esto le ha marcado una impronta jacobea que rebosa por todos sus rincones y por ello se ha convertido en parada obligatoria tanto para peregrinos como para otros viajeros curiosos. La tradición dice, aunque hay quien no está de acuerdo con la tradición, que el nombre de Puente la Reina deriva del puente románico construido para facilitar el paso del río Arga, a instancias de la reina Doña Mayor, también conocida como Muniadona de Castilla, esposa de Sancho Garcés III, el Mayor, que fue rey de Pamplona entre 1004 y 1035 y gran impulsor de las peregrinaciones a Santiago. La leyenda cuenta que fue ella quien se empecinó en construir un sólido puente para que los peregrinos no se mojaran las calzas al atravesar el río en verano y no se los llevara la corriente en invierno. Sí que resultó consistente el puente, a la vista está unos cuantos siglos después. Sus siete arcos de medio punto y cinco pilares aguantan impertérritos y se ha convertido en uno de los monumentos más emblemáticos del Camino.

En su conjunto, la villa es un claro ejemplo de lugar nacido por y para la ruta jacobea, como lo demuestra la configuración de sus calles rectas y paralelas, con belenas que las comunican, siendo la calle Mayor la principal y por la que transcurre el Camino, desembocando en el puente que da nombre a la población y permitía a los peregrinos salvar el río tras franquear la muralla. Puente la Reina es un paradigma de villa medieval fortificada, circundada por una muralla jalonada por torreones, alguno de los cuales aún se mantiene en pie. Su casco histórico se encuentra bien dotado de casas blasonadas y palacios, pero también de arquitectura popular, con viviendas en cuyos bajos todavía hoy se observa algún comercio artesano. Y como un pueblo sin plaza, no es un pueblo, Puente tiene su Plaza Mayor, regular, rectangular y porticada en parte, donde planta sus reales el ayuntamiento.

No vamos a dejar en el tintero el ámbito de lo sagrado, tan bien representado. A destacar la iglesia parroquial de Santiago, construida en el siglo XII, cuando a Puente empezaron a llegar peregrinos en masa, aunque modificada posteriormente y que rivaliza con la iglesia del Crucifijo, tardorrománica, edificada por los templarios a mitad del siglo XII y ampliada en el siglo XIV. Por si faltara sitio para cobijar fieles, está también la iglesia de San Pedro, del siglo XIV, que guarda una talla de la Virgen del Txori (pájaro en euskera), cuyo nombre, según la leyenda, le viene porque un pajarillo muy devoto iba todos los días al río a por agua para lavarle la cara.




Otra vez esto se nos ha ido de las manos por miedo a que el Juicio Final llegue antes de que demos fin a nuestra misión moto-viajera por Navarra. La culpa la tiene el boticario Nostradamus, que vinculó el fin del mundo con el fallecimiento del Papa, y eso es lo que nos tiene con las orejas tiesas y la mosca rondando por detrás.


























































viernes, 14 de marzo de 2025

Piedramillera – Learza (salvando error)

Andanza CXXXI: Piedramillera – Learza (salvando error)

Día: 10/09/2023

 

Recientemente nos hemos enterado que entre 2 y 5 % de la población mundial padece una patología que se llama afantasía, que es como una especie de ausencia de memoria y extravío de la imaginación. Los afectados tienen la mente ciega porque no pueden crear imágenes visuales en su interior, tienen dificultades para poner cara a familiares o amigos a los que hace tiempo que no ven y también para recordar los sueños. Si hay tantos afantasiosos como dicen y esos son los síntomas de su padecimiento que, además, se parecen tanto a los que padecemos nosotros a la hora de poner en práctica estas andanzas nuestras, va a resultar que somos enfermos no diagnosticados de este mal.


Desde nuestra ignorancia del mal padecido, sin ser conscientes de ello y como repetimos insistentemente, hemos buscado siempre báculos sobre los que sustentar nuestras paridas, que bien han sido los avatares de individuos históricos reales, sobre todo de la Antigüedad, de personajes mitológicos, o bien las hemos amparado en las elucubraciones de los desventurados filósofos objeto de nuestro malévolo interés. Pero también echamos mano, de vez en cuando, de los repertorios archivísticos para documentarnos sin escarnecer a nadie demasiado conocido.

Como hoy nos toca hacer acto de presencia en Piedramillera, además de vernos en la tesitura de solventar el error cometido al no visitar Learza en su día, cuando nos presentamos en Etayo y por ignorancia dejamos en el olvido este antiguo señorío, dependiente de dicha localidad, y como para sustanciar nuestro examen de Piedramillera nos hace falta eso, sustancia, y sustancia la hay en los fondos documentales del Archivo Real y General de Navarra, pues qué mejor que enredar en los testimonios pasados de sus vecinos, que hay muchos, y de lo más entretenidos.

El caso es que Piedramillera, con ser un pequeño lugar, dio trabajo en la Corte Mayor de Navarra, al menos eso parece viendo la cantidad de procesos judiciales que se encuentran custodiados en el AGN. Que sus vecinos tenían temperamento es innegable, y lo demuestran las innumerables rencillas, disputas y rivalidades sentenciadas en estos procesos. Por haber hubo hasta apuñalamientos, desórdenes públicos, malos tratos, altercados en el cementerio, multas por no asistir a procesiones, suplantaciones de identidad, además de una ingente cantidad de otras cuestiones más triviales.


Para engordar este caldo nos vienen al pelo las peripecias de un significativo vecino de Piedramillera, un tal Blas de Lázaro, maestro cirujano y fullero, que vivió en el siglo XVIII. Resulta que el tal Blas, en el mes de abril de 1769, según se detalla en un proceso judicial de 19 folios con referencia ES/NA/AGN/F146/315335 del Archivo General de Navarra, fue demandado por Juan Veremundo de Gil, también vecino de Piedramillera, por haberle cobrado 32 reales tras curarle después de una pelea que había tenido con Santiago de Labeaga, como no, otro afincado en Piedramillera.





El señor Juan Veremundo no había quedado contento con la amputación de la oreja izquierda que le había practicado Blas, porque le parecía que el golpe que le había propinado en el apéndice auricular Santiago de Labeaga en el transcurso de una pequeña discusión no era motivo para extirparle la oreja, además, la minuta de 32 reales la vio excesiva, más, teniendo en cuenta que había sido operado sin anestesia y utilizando como herramienta quirúrgica una navaja de Albacete.
El señor Juan Veremundo, intrigado por la expeditiva metodología terapéutica de Blas, indagó respecto a su titulatura médica y descubrió que el diploma de cirujano expedido por la Universidad de Desollacabras del Monte que alegaba poseer era de dudosa naturaleza y no se encontraba asentado en el Registro Nacional de Títulos Universitarios, y eso le sentó muy mal y presentó denuncia por intrusismo laboral ante el escribano municipal Juan Bautista de Mauleón y Arellano.








En base a esta acusación, un comité de expertos formado por el susodicho escribano, el fiscal municipal Juan Domingo de Iriarte y otros vecinos de calidad de Piedramillera dictaminaron que Blas no era más que un curandero ejerciendo con licencia municipal obtenida con engaño, y decidieron, por cuenta propia, en unión de Juan Veremundo, ir a apedrear como castigo la casa del presunto cirujano. No se tomó a bien Blas la ejecución de esta sentencia y, a su vez, presentó denuncia contra la comisión, alegando en el juicio que él era proveedor de salud y que sus conocimientos los había adquirido la noche en que se le presentó el espíritu de su abuela, también sanadora, para otorgárselos. Probablemente, Blas de Lázaro se hizo con los servicios de un buen letrado, porque Juan Bautista de Mauleón y el resto de los alborotadores terminaron entre rejas por desórdenes públicos, según atestigua otro proceso judicial con referencia ES/NA/AGN/F146/206805 del AGN, así que nuestro presunto cirujano siguió ejerciendo para bien o para mal de los vecinos de Piedramillera.

Quien nos iba a decir a nosotros que un pequeño pueblo como Piedramillera atesoraba tanta enjundia histórica, por lo cual, para hacerle el honor, hoy lo visitaremos con el vehículo más histórico que tenemos, nuestro querido sidecar soviético entrado en años DNEPR MT-16. En cuanto a su fiabilidad, confiaremos en la misericordia de San Glas, patrón de los moteros, para que nos libre de averías en esta jornada, y por si el santo necesitara ayuda, nos encomendamos también a la bondad del arcángel Nieto, que está en los cielos.

Sobre tres ruedas y con un carricoche adosado que no corre, pero tampoco frena, y que se obstina en sacarte de la trazada en cada curva, se ve la carretera de otra manera, sobre todo la ocupante del sidecar, dotada de valor a raudales, y aunque tan solo 20 kilómetros nos separan de Piedramillera, a 80 por hora, como mucho, por la NA-6340 primero y después por la NA-7410, es una distancia que se convierte en un recorrido que da para contemplar el paisaje con detalle, porque hay que tomárselo con parsimonia.
Piedramillera se alarga a la vera de la carretera NA-7410, que va de Oco a Otiñano, en Tierra Estella, en el valle de la Berrueza. Su vecindario no llega a las 50 almas que se cobijan en moradas repartidas entre tres calles, más o menos paralelas, empinadas y de trazado irregular, obligadas a ello por haberse empeñado en escalar la ladera sur de la sierra de Dos Hermanas. Pero, no hay mal que por bien no venga, porque este empeño por encumbrarse ha dotado a Piedramillera de unas vistas espectaculares del valle.

El nombre le viene al pueblo, al parecer, porque se asentó en el lugar en el que los romanos colocaron un miliario o piedra millar, que era un pedrusco tallado con el que marcaban las distancias en sus calzadas. No ha quedado memoria sobre el color que tenía la piedra del miliario que dio lugar al pueblo, pero entre el caserío de Piedramillera no faltan mansiones blasonadas, de piedra rosácea, y de ese color es también casi toda la Iglesia de Santa María, que en el siglo XVI decidió subirse a lo más alto, aunque parece ser que en el siglo XVIII ya se habían acabado los peñascos de este color, porque el campanario, construido en esa centuria, se ha quedado algo más pálido.


Aunque con pena por las impresionantes vistas, hemos de abandonar Piedramillera para saldar una deuda y que por proximidad hoy es el día ideal. Volviendo sobre nuestros pasos en dirección a Oco, a la altura del kilómetro 1,500 de la NA-7410, un cruce a la derecha y dos kilómetros por una carreterita estrecha nos dejan en Learza, un antiguo señorío dependiente de Etayo y que por negligencia no visitamos cuando correspondía. Esa carreterita muere allí mismo, a las faldas de la sierra de Cábrega, en un entorno ensimismado y despreocupado del resto del mundo en el que seguramente la carreterita se ha muerto de felicidad.

Learza se configura alrededor de una plaza, más o menos cuadrada, en cuyo centro tiene un jardincito circular con un pequeño crucero en medio. Ni siquiera es una aldea, son varias naves agrícolas, un lavadero, una casa de labranza, un palacio rural y la iglesia de san Andrés. Cualquier aspirante a eremita que se precie tiene en Learza su sitio ideal, un remanso de paz y tranquilidad, una pequeña maravilla, humilde y apacible, donde el tiempo ha hecho un receso. Atrás quedaron pasados esplendores, aunque fueran de andar por casa, cuando fue señorío del marquesado de Vesolla o del vizcondado de Valderro y sus palacianos, más granjeros que aristócratas, se mostraban diligentes para que sus cosechas llegaran a buen término y sus gorrinos se criaran lustrosos.

Nosotros hemos tenido suerte porque aparecer en el lugar montados en un sidecar de época ha atraído la curiosidad del actual dueño del palacio de Learza, a quien no hemos creído conveniente interrogar sobre si es marqués, vizconde o únicamente ciudadano de a pie, pero que gentilmente se ha ofrecido a mostrarnos la iglesia, a pesar de que sólo se admiten visitas los lunes. Y bien merece la pena el escrutinio de este templo. San Andrés de Learza es del siglo XII, de un románico tardío, aunque tiene un pórtico neoclásico del siglo XVIII y está declarada monumento histórico artístico. No extraña esta catalogación porque la iglesia muestra una apostura espléndida, para lo que han sido necesarios trabajos de restauración que le han devuelto su aspecto primigenio en la medida de lo posible. Su interior desprende una solemnidad que toca la fibra hasta de los más impíos y se encuentra presidido por un espectacular retablo policromado de alrededor de 1600 que merece la pena contemplar con detenimiento.


De contemplación se puede uno hartar en Learza, no sólo de la iglesia sino de todo el conjunto, aun tratándose de un escenario pequeño, sobre el que, probablemente, representaron las comedias o tragedias de sus vidas actores menos significados que los de Piedramillera, al menos no hay constancia escrita de peripecias de nivel, pero no por ello dejaron de forjar una historia humilde e íntima, que para tranquilidad de sus protagonistas no les llevó a la dudosa celebridad de los procesos judiciales que ahora se atesoran en el Archivo General de Navarra.






















jueves, 20 de febrero de 2025

Peralta/Azkoien - Petilla de Aragón

Andanza CXXX: Peralta/Azkoien - Petilla de Aragón

Día: 19/03/2023

Hace bien poco hacíamos alusión a los caprichos del acontecer histórico y hoy, de nuevo, no salimos de nuestro asombro ante las ocurrencias con las que a veces este acontecer nos da en los morros. Por cuestiones de agenda e imposición del orden alfabético, en nuestra 130 andanza nos toca hacer acto de presencia en dos villas, en Peralta y en Petilla de Aragón. La primera, bien preñada de historia, de sonoro nombre y de la que luego entraremos en detalle, y la segunda, más humilde, pero de historia desconcertante ya que es un trozo de tierra navarra enclavado dentro de la provincia de Zaragoza. Y la culpa de esta singularidad la tuvo el amor cortés.

Quien esté un poco familiarizado con la historia de Navarra será de la opinión, probablemente, que de amor cortés nada de nada, que la culpa de que Petilla pertenezca a Navarra es de las deudas, pero nosotros creemos que ese criterio es pobre porque no llega al fondo de la cuestión. Estamos de acuerdo en que, a principios del siglo XIII, Pedro II el Católico, rey de Aragón, era un manirroto y derrochador compulsivo, que se empeñó hasta las cejas por sus empresas bélicas. Estamos de acuerdo, también, en que le pidió un préstamo de 20.000 morabetinos a su amigo Sancho VII el Fuerte, rey de Navarra, que era un monarca ahorrador con las cuentas del reino saneadas, y que como aval y garantía de su devolución, el aragonés entregó al navarro la tenencia provisional de varios castillos, entre ellos el de Petilla de Aragón.

Ya puestos a estar de acuerdo, lo estamos en que Pedro el Católico no devolvió ni un sanchete a Sancho el Fuerte y que éste se quedó con la fianza, es decir, se quedó en propiedad con el castillo de Petilla, y así hasta hoy. Aunque el castillo desapareció hace siglos, el pueblo se mantiene y de ahí su pertenencia a Navarra estando dentro de tierras aragonesas. Pudiera parecer, entonces, que el motivo es claramente una deuda, pero no, hay que entrar en profundidades, y nos reiteramos en que la culpa del impago la tuvo el amor cortés.

Eso del amor cortés es un invento de los señores feudales, sobre todo de los de la Occitania francesa, extendido también a los territorios hispanos al sur del Pirineo. El amor cortés nació como un concepto literario trovadoresco creado para el entretenimiento de la nobleza, que expresaba el amor en forma delicada, candorosa y caballeresca. Los amantes eran siempre de condición ilustre y sus comienzos pueden localizarse a finales del siglo XI en las cortes condales, ducales o principescas del territorio referido.


 

 

 

La relación que se establecía entre el caballero y la dama era, en cierta medida, semejante a un vínculo de vasallaje. Generalmente, el amor cortés era furtivo y se trataba, frecuentemente, de un amor adúltero o prohibido, una experiencia intermedia entre el apetito carnal y el espiritual, en la que la amada se encontraba, en principio, distante, pero era admirable y la suma de todas las perfecciones físicas y morales.

Sin embargo, la idealización de la dama no fue obstáculo para dar libre curso a la libido con mujeres de rango inferior, aunque, en otros casos, la mujer objeto del amor cortés podía tratarse de la esposa del señor, inalcanzable, pero a la que se requiebra y se intenta embelesar. Esta idealización del amor cortes, no obstante, no siempre llegaba al contacto físico, en ocasiones podía significar únicamente pasar la noche juntos sin tocarse, o con una espada colocada entre los amantes, y esto daba lugar a un «sufrimiento gozoso».

Entre los más destacados cultivadores del amor cortés con las esposas de otros se encontraba Pedro II el Católico, y no era precisamente de los que colocaban una espada en medio. Su señora, María de Montpelier, se significó como muy contraria a estas prácticas, pero, dado que las reinas consortes del siglo XIII no tenían el poder de las de ahora, se tragaba los sapos. El caso es que el rey Pedro, sin quererlo, se vio involucrado en las pendencias que sus vasallos del sur de Francia tenían con la iglesia por cosas de herejía, por dar protección a los cátaros, así que el papa Inocencio III proclamó la cruzada albigense contra la maldad herética, al mando de Simón de Montfort, un caballero francés un poco bruto, sanguinario y ambicioso, con el que, además, no tenía muy buena relación el aragonés.

Como los lazos vasalláticos le obligaban, Pedro II se vio en la tesitura de prestar apoyo a sus súbditos asediados por la cruzada y se encaminó con un ejército hacia Muret, cerca de Toulouse, donde se encontraban acantonadas las huestes de Montfort, dispuestas para la batalla. El bueno de Pedro llegó con tiempo a Muret y decidió que la noche anterior iba a practicar el amor cortés con la parienta del conde de Toulouse, y a eso se dedicó hasta altas horas de la madrugada. A la mañana siguiente, que era 12 de septiembre de 1213 y jueves, por el poco dormir enfrascado en el amor cortés y también por los excesos con el vino del país, se levantó hecho unos zorros y, para más INRI, se presentó a entablar batalla sin haber escuchado el Evangelio en la misa de maitines.

Sea por lo que fuere, además de por encontrarse obnubilado y estimulado por el vino, el rey se vino arriba y se expuso más de la cuenta durante el combate y como a Montfort le venía al pelo quitárselo de en medio, sus secuaces lo buscaron y le dieron matarile a las primeras de cambio, a él y a la flor y nata de la caballería aragonesa, poniendo en fuga y masacrando a todo el ejército real. Finalmente, la batalla de Muret acarreó la muerte del rey Pedro y, probablemente, cambió el curso de la historia. También dio lugar a que Petilla de Aragón siguiera perteneciendo a Navarra porque el muerto no pudo pagar la deuda y su hijo, cuando tuvo edad, se desentendió. Todo por una noche loca de amor cortés. Ahí es nada.

Y a Petilla nos vamos a lomos de nuestra nueva adquisición, una BMW R-18, una moto bien parecida, de sabor clásico, inspirada en la R-5 de 1936. Pero primero hemos de cumplir con la visita a Peralta y para ello nos servimos de la NA-122 hasta Andosilla y, desde aquí, la NA-624 nos deja en Peralta tras demasiadas rectas, unas pocas curvas y superar un pequeño alto.


Peralta se encuentra en la merindad de Olite, en la Ribera Alta, a unos 60 kilómetros al sur de Pamplona, situada bajo una enorme pared rocosa donde el río Arga, mientras desciende de norte a sur, ha descrito una curvatura que sirve de contención a la expansión del pueblo hacia el este. Con unos 6000 habitantes aproximadamente, ha sabido conjugar su conversión en cabecera económica de la zona con el mantenimiento de la identidad histórica, conservando un casco antiguo arrimado al farallón en el que conviven construcciones añosas, cuya memoria alcanza al medievo y se prolonga hasta el siglo XIX.

Mucho antes de que la villa tuviera el nombre de Peralta se conoció como Petralta o Petra alta, es decir piedra alta, por aquello de disponer de un castillo encaramado, encargado de la defensa del Reino, ya fuera contra los musulmanes primero o después contra las inclinaciones expansionistas de los cristianos vecinos. En el siglo XV fue baluarte de la facción agramontesa durante la guerra civil navarra, a cuya cabeza se encontraba el vehemente mosén Pierres de Peralta. Algo más calmados los ánimos, a día de hoy, nosotros nos hemos conformado con dedicar un rato a deambular por sus calles, por las de la parte alta que son las más entretenidas por su batiburrillo de edificios de distintas épocas y es que las de abajo son más de llamar poco la atención, como en cualquier otro pueblo. También, los más animosos, pueden subir hasta las ruinas de su atalaya y contemplar desde allí las magníficas vistas que se ofrecen.

Y ya puestos a pasear, dejando un poco de lado el núcleo urbano, las orillas del Arga permiten disfrutar de las cuevas del Vergel, en dirección a Falces, y también de los bosquecillos y sotos que el río ha conformado en sus márgenes, por donde se puede hacer senderismo, andar en bicicleta o, simplemente, contemplar las plantas y bichos que por allí pululan. Además, hay quien dedica su tiempo ocioso a la pesca y otros, más audaces, a hacer piragüismo aguas abajo, unos días mansas y otros no tanto.

Pero como nosotros no tenemos tiempo para estos avatares acuáticos, arrancamos nuestro nuevo y desmesurado bóxer de 1800 c.c., que espanta al más pintado, para tomar camino de Petilla y preguntar allí si alguien se acuerda de la noche loca de Pedro, que va a ser que no. Y lo hacemos buscando curvas. Pocas hay entre Marcilla, Caparroso, Mélida y Carcastillo. De Carcastillo a Cáseda no nos podemos quejar, sobre todo en el tramo final. De Cáseda hasta Gabarderal la carretera también nos regala alguna que otra, pero una vez tomada la NA-127 con dirección a Sos del Rey Católico, nada de nada.


 

 

Ya en Aragón, a poco de empezar la subida a Sos hay que coger un cruce a la izquierda y aquí comienzan las curvas de verdad por una carreterita estrecha que se llama A-1601. A la altura de Navardún otro cruce a la derecha nos mete por la A-2601, que es más carreterita todavía y que al entrar en el islote navarro dentro de territorio aragonés pasa a llamarse NA-2601. Ahora la carretera se empina y empieza un curveo de quitar el hipo que termina en Petilla, un pueblo de altura.


 

 

 

 

Petilla se integra en la merindad de Sangüesa, de donde dista unos 27 kilómetros y otros 70, aproximadamente, de Pamplona. Tiene 21 habitantes de derecho y todos se han acostumbrado a escuchar el silencio y a que el tiempo transcurra a ritmo pausado. Petilla es un pueblo de construcciones humildes. Exceptuando la iglesia parroquial de san Millán Abad, un edificio gótico con reminiscencias románicas, no hay monumentalidad, pero no importa, el entorno suple cualquier carencia arquitectónica. Su urbanismo lo conforman dos calles paralelas: las calles Mayor y Ramón y Cajal y algunos callejones accesorios, además de la plaza de Navarra, donde se encuentra el ayuntamiento y la iglesia.

Petilla es la cuna del premio nobel Santiago Ramón y Cajal, y de eso está muy orgullosa. Conserva su casa natal convertida en museo visitable. También mantiene un hostal del mismo nombre, donde se reúnen los parroquianos a disfrutar de ese tiempo extendido paliativo de cualquier tipo de prisas. Nosotros nos hemos contagiado, además, las vistas desde aquí del valle del río Onsella invitan a la contemplación reposada y a la meditación somnolienta. En ello estábamos cuando nos hemos acordado que hemos de volver a casa, pero no se nos quita de la cabeza que la poca cabeza del rey Pedro y el talante ahorrador del rey Sancho dieron carta de naturaleza a esta isla navarra en Aragón.