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viernes, 27 de junio de 2025

Romanzado

Andanza CXXXII: Romanzado, Valle de

Día: 19/01/2025

La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando. Eso decía Pablo Picasso con mucha razón. A nosotros la inspiración nos asalta pocas veces trabajando, pero a veces lo hace inesperadamente y con designios inescrutables. Cuando nos metemos en canción buscando con qué documentar alguna de nuestras andanzas, como ésta, por ejemplo, hay ocasiones en las que, de repente, sin saber cómo ni por qué, nos brota del magín una idea un tanto extraña, cuya conexión con los lugares a los que nos toca visita hemos de encontrar y descifrar, porque a primera vista no parece tener ninguna. En la resolución de ese enigma estamos hoy, ante la complejidad de la ocurrencia tan sorprendente con que nos ha iluminado la inspiración.

La inspiración se ha empeñado en que el demonio meridiano tiene mucho que ver con el Romanzado, ese lugar al que hoy toca visita. Si la inspiración insiste, por algo será. Como no estamos muy puestos en teología, lo primero que nos viene a la memoria es el demonio meridiano de Umberto Eco, al que se refiere en El nombre de la rosa. A fray Guillermo de Baskerville, en su juventud, le asalta un demonio meridiano que es lascivo y sus tentaciones son las de la lujuria, ya que, aunque los votos monacales debían alejarlo de ese depósito de perdiciones que para un religioso es el cuerpo de la hembra, el dichoso demonio, aprovechando que la carga sagrada es demasiado gravosa para un novicio, lo hace sucumbir al pecado, incitándolo a revolcarse con una campesina en el pajar. Sin embargo, ya viejo, fray Guillermo reconoce que, si bien el demonio intenta ahora agitarlo con sus seducciones, conoce mil formas de no caer en sus redes, no obstante, no se alegra demasiado de ello, pues si los perversos susurros del denomino al oído no le alcanzan es, además, porque se está quedando sordo.

De todas formas, esta interpretación del proceder del demonio meridiano parecer ser que no se ajusta del todo a la realidad, que Umberto Eco imaginó un demonio meridiano a su medida, tirando a libidinoso en exceso, pues, en realidad, los teólogos serios se han ocupado muy poco del verdadero comportamiento de los demonios en general y de éste en particular. Los que verdaderamente parecen conocer el proceder de este diablo son los Padres del desierto, del que hacen mención en las primeras reglas por las que se regían y en los escritos monásticos de la Iglesia Oriental. El asceta Evagrio Póntico (345-399 d.C.), desde su retiro en el desierto de Nitria, en Egipto, vino a determinar que este ser infernal aflige a los varones que profesan la vida monacal, de más de cincuenta años, importunándolos durante las horas posteriores al mediodía, lo que coloquialmente se conoce como momento de la siesta.

En ese espacio de tiempo los monjes sienten una fortísima necesidad de holgarse en su celda, de colgar los hábitos, de desatender los rezos y la contemplación. Les sobreviene una suerte de hastío, sospechan que están perdiendo el tiempo y comienzan a dudar de todo lo que les rodea, incluso, de su vocación monacal, imaginan también lo bien que estarían en pantaloneta y chanclas a la orilla del mar. Evagrio llamó a esta sensación “acedia”, una sensación inducida por el demonio meridiano, también conocido como demonio del mediodía, porque tal desasosiego no ocurría en la oscuridad de la noche, en los momentos de agitación y angustia que las tinieblas conllevan, sino en pleno mediodía, en esas horas de sopor y de aletargamiento, en las cuales la mente se encuentra nublada por el calor.

Se trata, claro está, de un ardid demoniaco y porque ocurre precisamente cuando el sol está en lo más alto del horizonte, a su instigador le dan el nombre de demonio meridiano. A esa hora, cuando el sol aprieta con más fuerza, sin aire acondicionado y ni siquiera ventiladores, al monje le resulta difícil seguir rezando. El monje que sufre su acometida ya no siente el regocijo que debería sentir al cantar las alabanzas divinas, sino que se apodera de él la desidia y una terrible modorra que lo confunde. No debe extrañarnos, pues, que en esta situación sea presa fácil para cualquier tentación, incluso libidinosa, como sugirió Umberto Eco.

Sin embargo, los monjes cristianos, a lo largo de los siglos, han dispuesto de recursos para repeler a ese terrible diablo de la siesta. Para ello se han venido reuniendo siete veces al día a fin de entonar el oficio divino, de Maitines a Completas, que distribuyen los 150 salmos bíblicos en los siete días de cada semana. O sea, que una vez cada semana, y precisamente los miércoles después de la puesta del sol, recitan el salmo XC, en el que piden al Señor que les guarde “ab incursione daemonio meridiano” (de la incursión del demonio meridiano). Que el salmo sea efectivo o no, no está del todo claro. Parece ser que en invierno el poder de esta liturgia es mayor, sin embargo, en verano, con el calor, su fuerza paliativa cae bajo mínimos.

La verdad es que nos ha costado discernir qué relación tiene el demonio meridiano con el Romanzado. ¿Cómo puede ser que un demonio cuyos poderes son efectivos con calor y a la hora de la siesta o, en todo caso, induce al pecado de la carne, si hacemos caso a Umberto Eco, pueda relacionarse con el Romanzado en un día como hoy, 19 de enero, que cuando hemos asomado el morro a la calle estábamos a un grado bajo cero? Pues relación la hay, aunque cueste encontrarla.

Nos ha venido a la memoria que allá por el año 2020, el 20 de abril en concreto, cuando sustanciábamos la Andanza CXII, correspondiente al Distrito de Metauten, traíamos a colación el infierno de Dante. El poeta florentino sí que tenía una sólida formación teológica, y decía que la acedia es una debilidad en el amor universal al bien y es por ello que era un pecado propio de los indolentes, con los que el poeta se encuentra en su visita al infierno, castigados con picaduras de abejas y avispas y llenos de gusanos que les sorbían los jugos.

La acedia es, pues, desfallecimiento de la voluntad, falta de empuje, es sinónimo de pereza, por lo tanto, lo que le ocurre a quien se encuentra sometido al maléfico influjo del demonio meridiano es que se aburre. Al igual que el monje rezando a la hora de la siesta, extrapolado, el hombre maduro, que está perfectamente instalado en su vida, descubre, de pronto, que ya no le produce alegría lo que está haciendo y que le horroriza la perspectiva de seguir haciéndolo indefinidamente. Para el monje la tentación puede tomar figura de mujer o de efebo, según Umberto Eco, pero, en definitiva, su raíz se llama aburrimiento.

¡Rediós, ahí está el vínculo! Si la tentación de la madurez es el aburrimiento por lo repetitivo, en nuestro caso, al menos hoy con la visita al Romanzado, el demonio meridiano no nos ha podido tentar, y no lo ha hecho porque el Romanzado no admite desfallecimiento de la voluntad, ni hemos necesitado recitar el salmo XC para espantar al tentador, ya que, en este caso, hay incentivos de sobra contra el aburrimiento. Es el Romanzado un valle un tanto desconocido, apartado y un poco olvidado, partido en dos por el río Salazar, surcado por cañadas de ovejas que bajaban del Pirineo, con parajes naturales tan espectaculares como la Foz de Arbaiun, pero también despoblado.

El Romanzado se ubica en la merindad de Sangüesa, en la comarca de Lumbier y a unos 45 kilómetros al sureste de Pamplona. Por esa despoblación que referíamos, le quedan alrededor de 190 habitantes, desperdigados por los diversos lugares que integran el valle, aunque en alguno de ellos ya no queda ni el gato. Son estos lugares los siguientes y en este orden los hemos visitado: Arboniés, Murillo-Berroya, Berroya, Domeño, Adansa (el gato emigró hace tiempo), Usún, Orradre (el gato está haciendo las maletas), Napal, Iso (hace mucho tiempo ya que el gato se marchó con sus bártulos) y Bigüézal.

Decíamos antes que la mañana está fresca, tan fresca que el demonio meridiano está aletargado mientras accedemos desde Lumbier por la NA-178 a los dominios del Romanzado. Antes de llegar a Domeño, a la izquierda, sale una carreterita estrechita que deja Arboniés a la izquierda. Arboniés es toda una capital, el segundo pueblo más habitado del valle, no llega a los 50 habitantes los fines de semana, entre semana el gato y poco más. Tras visitar la casa de san Esteban en su altillo, continuamos internándonos hacia la falda de la sierra de Idokorri por la misma carreterita, que es aceptable hasta Murillo-Berroya, otro pequeño lugar en vías de extinción. De Murillo en adelante la carretera se transforma en camino carretero hasta Berroya, poco más que una granja en la que muere el camino y que tiene una iglesia a la que le han hecho la cirugía estética.

De Berroya hemos de volver sobre nuestros pasos para retomar la NA-178, que nos lleva a Domeño en unos pocos metros. Domeño es la capital, tuvo hasta restaurante de cuyas excelencias en alguna andanza anterior ya dimos cuenta, pero cerró hace tiempo para calamidad de los viajeros. Domeño es un lugar despejado, que aún conserva alguna casa entrada en años, pero donde también se han construido unos cuantos unifamiliares que le dan cierto aire de modernidad. De lo antiguo queda la iglesia de la Purificación, de traza protogótica y elevada sobre un podio con escalinata. A algún lumbreras se le ocurrió añadirle un pórtico columnado de hormigón, que es más feo que pegarle a un padre.

Desde Domeño arranca otra carreterita que se llama NA-2161 y que conduce hasta Usún, pero antes, a la derecha, sale un camino hacia el despoblado de Adansa, como el camino es de tierra y allí no hay gato que valga, vemos las ruinas de la iglesia de san Juan Bautista en la lejanía y continuamos hasta Usún. Usún ya es otra cosa, aunque sus 18 habitantes no dan para mucho, se ve que hay cierta vidilla. Estimula mucho su entorno rústico y selvático, y la existencia de una bonita casa rural y de un club hípico, así como la proximidad del río Salazar a la hora de dar paseos.

Hemos de retomar de nuevo la NA-178 en Domeño para continuar dirección Navascués, pero antes de comenzar a subir el Alto de Iso, a la entrada de una curva en las que hay que frenar fuerte, sale otra carretera en la que mal se cruzan dos motos, y sube y sube, y te lleva hasta Orradre, lugar también camino de la extinción, aunque puede que se haya extinguido ya. Bonitas ruinas melancólicas en un placentero paraje, pero hay vida más allá, aunque poca. Más allá y más arriba está Napal, pero... ¡cuidado! La carreterita se las trae y está helada en las curvas sombrías, así que llegamos al lugar con mucho tiento. Dicen que tiene seis habitantes, y así debe ser porque alguna casa nueva se ve, aparte de las de toda la vida y ruinas, y vehículos aparcados también, bueno uno sí. Quien viva de continuo en este sitio goza de la paz celestial, pues no hay nada más allá, ni falta que hace. A quien sí le haría falta algún feligrés que otro es a la Purificación de aquí arriba, pues su parroquia anda un poco desangelada y algún desaprensivo se ha dedicado a amontonar leña por los alrededores, con poco temor de Dios.

Vuelta para atrás y para abajo hasta tomar de nuevo la NA-178. Seguidamente subimos el puerto de Iso hasta llegar al lugar del mismo nombre, dejando a la derecha la Foz de Arbaiun, llena de domingueros. En Iso sólo queda una casa con tejado, si bien, de habitar alguien allí, debe ser algún fantasma. El resto está en ruinas y sin techumbres. Hasta san Fructuoso, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, puso pies en polvorosa previamente a que se le viniera encima el tejado de su iglesia. En esto anduvo vivo el santo.

Ahora toca bajar el puerto con unas espectaculares vistas de paisaje prepirenaico y antes de internarse en el desfiladero por el que corren paralelos la carretera y el río Salazar camino de Navascués, hay que desviarse a la derecha y empezar a curvear cuesta arriba, tanto que casi da vértigo, y a 810 metros sobre el nivel del mar, allí está Bigüézal. El lugar es el más poblado del Romanzado, pasa de los 50 habitantes, muy animosos todos para habitar donde habitan, que antes de que se inventaran los coches era algo así como el culo del mundo, pero eso les importa poco a sus moradores mientras disfrutan de su privilegiado entorno.

Bigüézal es un pueblo cuidado que, a pesar de estar donde está, o precisamente por eso, ha atraído a su redil a gentes foráneas, llegadas con la idea de sustraer a los naturales parte de su goce, aunque, ciertamente, hay para todos. Tiene como tres calles principales, su plaza, su iglesia y su ermita, y tiene un bar-sociedad en el que, gracias a la amabilidad de sus socios, hemos podido salvar la vida, llegando allí sedientos y hambrientos, porque después de recorrer todo el Romanzado este es el único sitio encontrado donde aliviar estas necesidades.




En la terraza de la sociedad de Bigüézal, al sol de enero, damos por terminada la visita al Romanzado y, además, a tiempo, antes de que el demonio meridiano intente atentar de nuevo contra nuestra voluntad. Sin embargo, es muy probable que dentro de un rato, a la hora de la siesta, ese demonio insista en inocularnos el sopor y el desmayo del ánimo, y seguramente lo conseguirá, pero estando ya en casa no hay miedo.











miércoles, 11 de junio de 2025

Ribaforada

Andanza CXXXIII: Ribaforada

Día: 18/01/2025

Por San Blas, la cigüeña verás, y, si no la vieres, año de nieves. Eso dice el refrán y, aunque San Blas es el 3 de febrero, y esta Andanza la hemos puesto en escena unos días antes, el 18 de enero, ya estaba la cigüeña al pie del cañón, esperándonos. Si estaba porque ya ha regresado de África barruntando que al invierno le quedan cuatro telediarios, o, por el contrario, estaba porque no se ha ido y había decidido quedarse por cosa del cambio climático, porque en su nido, de un tiempo a esta parte, se está calentito también en invierno, pues no sabemos, pero el caso es que el bicho estaba en Ribaforada.

Año de nieves no parece, pero año de aguas para hartar, aunque hoy no. Hoy es día de Cierzo, ese viento seco y frío que sopla desde el norte y que tan poco gusta a las cigüeñas. Ese Cierzo pertinaz enraíza en su nido a las cigüeñas de Ribaforada. Su bufido constante hace que los pájaros pierdan el norte y que hagan dejación de funciones en cuanto a lo de traer niños, a la espera de que amaine, que son pocos días al año. ¡Así va la natalidad en la Ribera! Entre el viento y las cigüeñas frioleras, nos vamos a extinguir.

En fin, tal como ya hemos dado a entender, hoy nos toca visita a Ribaforada. Hemos empezado la casa por el tejado, dando visibilidad a nuestras anfitrionas, esas inconfundibles grandes aves que, si no son importunadas, tienen poco miedo a los humanos, con quienes conviven amigablemente en los entornos urbanos. Hubo un día en que las cigüeñas, la cigüeña blanca en concreto, renunció a sus costumbres silvestres y decidió codearse con el hombre buscando seguridad y alimentos. Buena arquitecta, esta enorme ave zancuda, se ha adueñado de los tejados y torres de edificios emblemáticos para construirle la casa a sus cigoñinos, en ocasiones unifamiliares de dos metros de diámetro y casi media tonelada de peso.

No se sabe desde cuándo, pero esta comunión con las personas, este “si tú me dejas en paz y ni me cazas ni me comes, yo te hago un favor”, devino en contractual, de manera que las cigüeñas, a cambio del cobijo proporcionado por los humanos, se encargaron de organizar una empresa de mensajería orientada a trajinar con bebés y traerlos a casa, cosa que generalmente cumplen con diligencia, salvo durante los días en los que el Cierzo se muestra más pertinaz.

Sin embargo, lo que sigue siendo un verdadero misterio es por qué los traen desde París. Parece ser, aunque los investigadores que entienden del tema no terminan de ponerse de acuerdo, que hace muchos años, una vez estipuladas las condiciones del contrato para el suministro de bebés, las cigüeñas que anidaban en París, que eran mayoría, lo hacían al cobijo de sus chimeneas. Todavía no se había inventado lo del cambio climático, pero las cigüeñas ya se habían percatado que resguardándose al calor de las chimeneas se hacía innecesario emigrar a África en invierno, ahorrándose así el esfuerzo y el gasto que suponía el viaje y la estancia, pues aun siendo la vida más barata allí, tantos días fuera de casa entrañaban un gasto importante.

El caso es que las cigüeñas de París, al no ausentarse y permanecer todo el año en la Ciudad del Amor, se hicieron cargo de centralizar la tarea y del reparto a nivel mundial, algo que congratuló mucho a los padres, sobre todo a aquellos que ya tenían otros hijos en edad de preguntar sobre el misterio que envuelve la llegada de un hermanito. Así, esta confraternización entre humanos y cigüeñas, devino en beneficios para ambos y así sigue en la actualidad, de manera que las cigüeñas fundaron sucursales, para redistribuir la mercancía, en los tejados de las poblaciones con mayor índice de natalidad que, generalmente, coinciden con zonas de calor.

Que en Ribaforada hace calor en verano es innegable y que el cierzo hace de las suyas en invierno también, por eso hoy las cigüeñas nos han recibido un tanto taciturnas desde su nido en la espadaña de la iglesia de San Blas, donde se han instalado haciéndole los honores al santo del refrán, de lo que se desprende que estos pájaros son inteligentes y devotos, y se encuentran a la espera de que amaine el cierzo para cumplir con sus obligaciones de reparto de los recién alumbrados.






Nosotros, para llegar a Ribaforada, hemos dejado atrás unos 90 kilómetros recorridos por la NA-122, NA-134, NA-126 y la NA-5202 que tienen poca historia que contar, pero nos sirven para entrar por la retaguardia evitando la A-68 o, aún peor, la AP-68. Así que, tras superar un Ebro crecido y seguidamente el Canal Imperial de Aragón, nos damos de bruces con un pueblo típico de la Ribera de Navarra, de unos 3700 habitantes, a 107 kilómetros al sur de Pamplona y a 15 de Tudela, capital de la Merindad.


 

 

 

A vista de pájaro, Ribaforada es un lugar con un entramado urbanístico bastante regular, reticulado, que se estira ceñido por el correr casi paralelo del Canal Imperial y el tendido del ferrocarril, de noroeste a sureste. No hay construcciones de altura, sus calles, trazadas a escuadra y cartabón, son de casas bajas, así que, buscando los edificios emblemáticos nos vamos hasta el centro neurálgico, que es la plaza de San Francisco Javier, y donde la pareja de cigüeñas encargada de los natalicios tiene su oficina de reparto, como ya hemos referido, en la espadaña de la iglesia de San Blas, un templo mudéjar en origen, pero con añadidos diversos, algunos un tanto chapuceros.

Del mudéjar a la modernidad más absoluta se pasa en unos metros. Esta modernidad la representa la Casa de la Cultura. El edificio que la contiene, apodado «nuevo Baluarte» por su semejanza con el de Pamplona, se inauguró en 2010 como una de las construcciones más destacadas de la arquitectura navarra contemporánea. A renglón seguido se encuentra el ayuntamiento, también moderno, pero de ladrillo, y con su reloj de fachada y todo. Y buscando algo más que ver interesante por aquí y por allá, no muy lejos está la iglesia de San Bartolomé, que en el pueblo se la conoce como Iglesia Nueva, construida en el siglo XX también en ladrillo, aunque en ese solar existía desde el siglo XVII una capilla con el mismo nombre.

 

A falta de pan buenas son tortas, y si no hay palacios ni mansiones a destacar, pues habrá que visitar algún santuario hostelero donde dar fin a la Andanza y satisfacer esa adicción egoísta y lujuriosa que nos asalta todos los días a la hora señalada por el reloj biológico para ingerir alimentos. Para eso está el bar de las piscinas, porque las cigüeñas, siendo anfitrionas y ofrecernos posada y sustento, según parecen darnos a entender desde allí arriba, no disponen de instalaciones adaptadas a los no plumíferos, ni tampoco su despensa nos parece compatible con nuestros gustos. Gracias de todas formas.