Andanza CI:
Lerga - Lerín
Día:
14/01/2018
Hay días en
que uno se levanta con apariencia de reflexivo, pero es únicamente eso,
apariencia, porque en realidad lo que hay es conciencia de no tener nada que
decir, y así andamos, mirando por la ventana para sacar agüeros del vuelo de
los pájaros. Y es que suele acontecer que tras la celebración viene la resaca
del día después o, más bien, de la Andanza después y a causa de los excesos de
elocuencia escrita cometidos en la exaltación del anterior evento, la resaca ha
devenido en reseco, reseco de ideas por agotamiento. Menos mal que tenemos a
nuestra disposición un extenso elenco de colaboradores condenados a trabajos
forzados para los momentos de sequía, de quienes, con su permiso o sin él (más bien lo segundo), tiramos en los
momentos de carestía.
Nosotros somos
nostálgicos de los rincones y también del patrimonio sentimental de los pueblos
y nos gusta beber en el manantial de sensaciones que emana de un paisaje con
encanto, pero a veces también somos presa de una vaga inquietud ante la
sospecha de que nos hemos convertido en puros charlatanes, especialistas en
estrujar percepciones oníricas a conveniencia, o sea, en materialistas con
fines prácticos. Entonces se nos presenta una bonita disyuntiva, ahogarnos en
un vaso de agua o sumergirnos en un mar de dudas, pero para eso están los
amigos, para sacarnos del apuro echándonos un flotador.
Aunque bien
pensado, amigos, lo que se dice amigos no son. Son conocidos, lejanos como
algunos parientes, sacados de golpe de su rincón etéreo para tapar un hueco. Y
así, hoy repite de socorrista una señora muy cabal, que ya nos ayudó con el
flotador hace casi tres años, en la visita al Valle de Erro. Es María Zambrano,
filósofa, exiliada y peregrina. Exiliada de la España del 39 por un quítame
allá esas pajas y peregrina en otros países por problemillas con los gatos de
su hermana, pero eso ahora no viene a cuento.
Zambrano nos
va echar un capote en lo de manipular percepciones. Ella dijo que ese manoseo
viene a ser lo que la ciencia llama conocer, porque conocer es una manera de
reducir las sensaciones para hacerlas manejables y descafeinadas, entonces
propone como antídoto su razón poética, con la que cabalgar a la dimensión del
sentir vital, a través de la experiencia, y así restituir en el ser humano el
alma y el espíritu que el racionalismo y el materialismo le han birlado.
Viene a
suceder eso, que nosotros somos unos desalmados y estamos desespiritualizados
por manipuladores y la Zambrano nos lo hace ver con su sabiduría, sin embargo,
lo de hacerle caso pues sólo a medias y como nos es necesario, vamos a
reinterpretar otra vez su razón poética a conveniencia, además, aprovechándonos
de lo bonito que suena ese concepto. Así que hoy procederemos a reducir las
sensaciones de esta Andanza aderezándolas con un poquito de la filosofía de
nuestra amiga, es decir, más de lo mismo, nuestro reduccionismo de siempre,
pero ahora adornado de esa realidad que está por debajo de lo razonable, donde,
según Zambrano, reside la fuerza creadora.
Hay que
joderse. Una vez hecha esta inescrutable declaración de intenciones, va y está
lloviendo. Dos horas maquinando semejante jeroglífico introductorio y resulta
que nos vemos en la tesitura de reducir sensaciones pasadas por agua, que de
por sí ya las reduce bastante y por la tremenda. En fin, está claro que nunca
llueve a gusto de todos, sobre todo de los moteros, pero con agua o sin ella
arrancamos camino de Lerga con una llovizna débil pero persistente, de la que
te moja porque casi no llueve.
Nuestro único
enfrentamiento del día con la geografía abrupta es el Alto de Lerga, así que
hoy poca pelea con el relieve. Abajo del puerto está el pueblo, entre los
Montes de la Valdorba al Noroeste y la Sierra de Ujué al Sur. Se ubica en una
zona quebrada, sin grandes ríos que lo refresquen ni frondosos árboles que le
den sombra, geográficamente pertenece al Valle de Aibar, Merindad de Sangüesa y
Comarca de Tafalla, a 52 kilómetros de Pamplona y lo parte en dos la NA-132.
Lerga se estira trasversalmente a la carretera, de Norte a Sur. La travesía
engaña, no deja ver lo más significativo de su caserío, que se oculta hacía el
interior, flanqueando las calles Mayor, Victoria y San Martín. Es ahí donde
recios caserones se dejan ver, luciendo portaladas de robusta sillería. Es ahí
donde Lerga guarda sus tesoros, entre ellos la iglesia parroquial de San
Martín, imponente y ecléctica en estilos, porque es lo que tiene el paso de los
siglos.
Setenta
habitantes tiene Lerga y como muchos otros pueblos ha visto descender su
vecindario en un agonizante goteo. La despoblación es una herida que sangra, un
manojo de desgarros humanos por aquello que se deja atrás: las raíces. Pero
siempre hay quien vuelve, aunque sea durante el fin de semana, y Lerga es de
los sitios que se vivifican así. Es una agitación restringida en el tiempo, en
el de ocio, y más vale así aunque esto sea únicamente un parche en la herida.
Cumplido el
compromiso con Lerga, como tantas otras veces, volvemos para desandar lo andado
caminito de casa, porque el siguiente destino es Lerín, pueblo vecino, situado
a 23 kilómetros al Sur de Estella y a 11 del nuestro. Lerín tiene unos 1650
habitantes y es un lugar de altura, porque se ha subido a un risco; por eso,
quien se acerca a él desde la NA-122 lo ve como un pueblo desafiante, sobre
todo a la Ley de la Gravedad, con sus casas arrimadas al borde del precipicio.
A vista de
pájaro Lerín aún conserva una urbanística medieval bastante reticular, cosa que
no suele ser habitual en un pueblo encaramado. Precisamente, lo de hallarse
encaramado lo hacía especialmente apto para la defensa y eso le valió algún que
otro disgusto por discrepancias entre los que lo defendían y los que lo
atacaban. Más o menos en medio de su casco urbano, presidiendo el cotarro, se
yergue la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Tiene un batiburrillo de
estilos, es de origen medieval (siglo XIII) y sufrió reformas en los siglos
XVI, XVIII y XIX. De entre todos los estilos arquitectónicos que tiene la
iglesia, las cigüeñas se han decantado por el barroco, que es el de la torre,
pues allí han ido a plantar sus nidos porque dicen que lo que ellas prefieren
es la brusca alteración de las proporciones clásicas canónicas.
Lerín fue
mucho Lerín y es que fue cabeza de condado. En 1425 el rey Carlos III el Noble
instituyó el condado de Lerín para una de sus hijas bastardas casada con un
Beaumont, gentes levantiscas y pendencieras para con la corona. A finales del
siglo XVI el condado de Lerín pasó a pertenecer a la casa de Alba, al ostentar
Antonio Álvarez de Toledo y Beaumont ambos títulos. Tenía el conde su palacio
en Lerín y del edificio sólo queda el recuerdo, pero puestos a chismorrear,
sabemos que hay por ahí una obrilla en la que se dice, con muy mala sombra, que
todos los días, a eso de maitines, este caballero se veía obligado a salir al
balcón porque su mujer lo despachaba de la alcoba por enredador con las cosas
de mear y aprovechaba para espiar a sus lacayos y vigilar sus dominios con un
catalejo, y se cuentan además las golferías de su tesorero que es el
protagonista... bueno, no detallamos más, quien quiera entretenerse que la lea,
se titula Cronicón del humilladero y que conste que le hacemos publicidad
desinteresada.