Andanza CXXXIII: Ribaforada
Día: 18/01/2025
Por San Blas, la cigüeña verás,
y, si no la vieres, año de nieves. Eso dice el refrán y, aunque San Blas es el
3 de febrero, y esta Andanza la hemos puesto en escena unos días antes, el 18
de enero, ya estaba la cigüeña al pie del cañón, esperándonos. Si estaba porque
ya ha regresado de África barruntando que al invierno le quedan cuatro
telediarios, o, por el contrario, estaba porque no se ha ido y había decidido
quedarse por cosa del cambio climático, porque en su nido, de un tiempo a esta
parte, se está calentito también en invierno, pues no sabemos, pero el caso es
que el bicho estaba en Ribaforada.
Año de nieves no parece, pero año
de aguas para hartar, aunque hoy no. Hoy es día de Cierzo, ese viento seco y
frío que sopla desde el norte y que tan poco gusta a las cigüeñas. Ese Cierzo
pertinaz enraíza en su nido a las cigüeñas de Ribaforada. Su bufido constante
hace que los pájaros pierdan el norte y que hagan dejación de funciones en
cuanto a lo de traer niños, a la espera de que amaine, que son pocos días al
año. ¡Así va la natalidad en la Ribera! Entre el viento y las cigüeñas
frioleras, nos vamos a extinguir.
En fin, tal como ya hemos dado a
entender, hoy nos toca visita a Ribaforada. Hemos empezado la casa por el
tejado, dando visibilidad a nuestras anfitrionas, esas inconfundibles grandes
aves que, si no son importunadas, tienen poco miedo a los humanos, con quienes
conviven amigablemente en los entornos urbanos. Hubo un día en que las
cigüeñas, la cigüeña blanca en concreto, renunció a sus costumbres silvestres y
decidió codearse con el hombre buscando seguridad y alimentos. Buena
arquitecta, esta enorme ave zancuda, se ha adueñado de los tejados y torres de
edificios emblemáticos para construirle la casa a sus cigoñinos, en ocasiones
unifamiliares de dos metros de diámetro y casi media tonelada de peso.
No se sabe desde cuándo, pero
esta comunión con las personas, este “si tú me dejas en paz y ni me cazas ni me
comes, yo te hago un favor”, devino en contractual, de manera que las cigüeñas,
a cambio del cobijo proporcionado por los humanos, se encargaron de organizar
una empresa de mensajería orientada a trajinar con bebés y traerlos a casa,
cosa que generalmente cumplen con diligencia, salvo durante los días en los que
el Cierzo se muestra más pertinaz.
Sin embargo, lo que sigue siendo
un verdadero misterio es por qué los traen desde París. Parece ser, aunque los
investigadores que entienden del tema no terminan de ponerse de acuerdo, que
hace muchos años, una vez estipuladas las condiciones del contrato para el
suministro de bebés, las cigüeñas que anidaban en París, que eran mayoría, lo
hacían al cobijo de sus chimeneas. Todavía no se había inventado lo del cambio
climático, pero las cigüeñas ya se habían percatado que resguardándose al calor
de las chimeneas se hacía innecesario emigrar a África en invierno, ahorrándose
así el esfuerzo y el gasto que suponía el viaje y la estancia, pues aun siendo
la vida más barata allí, tantos días fuera de casa entrañaban un gasto
importante.
El caso es que las cigüeñas de
París, al no ausentarse y permanecer todo el año en la Ciudad del Amor, se
hicieron cargo de centralizar la tarea y del reparto a nivel mundial, algo que
congratuló mucho a los padres, sobre todo a aquellos que ya tenían otros hijos
en edad de preguntar sobre el misterio que envuelve la llegada de un hermanito.
Así, esta confraternización entre humanos y cigüeñas, devino en beneficios para
ambos y así sigue en la actualidad, de manera que las cigüeñas fundaron
sucursales, para redistribuir la mercancía, en los tejados de las poblaciones
con mayor índice de natalidad que, generalmente, coinciden con zonas de calor.
Que en Ribaforada hace calor en
verano es innegable y que el cierzo hace de las suyas en invierno también, por
eso hoy las cigüeñas nos han recibido un tanto taciturnas desde su nido en la
espadaña de la iglesia de San Blas, donde se han instalado haciéndole los
honores al santo del refrán, de lo que se desprende que estos pájaros son
inteligentes y devotos, y se encuentran a la espera de que amaine el cierzo
para cumplir con sus obligaciones de reparto de los recién alumbrados.
Nosotros, para llegar a
Ribaforada, hemos dejado atrás unos 90 kilómetros recorridos por la NA-122,
NA-134, NA-126 y la NA-5202 que tienen poca historia que contar, pero nos
sirven para entrar por la retaguardia evitando la A-68 o, aún peor, la AP-68.
Así que, tras superar un Ebro crecido y seguidamente el Canal Imperial de
Aragón, nos damos de bruces con un pueblo típico de la Ribera de Navarra, de
unos 3700 habitantes, a 107 kilómetros al sur de Pamplona y a 15 de Tudela,
capital de la Merindad.
A vista de pájaro, Ribaforada es
un lugar con un entramado urbanístico bastante regular, reticulado, que se
estira ceñido por el correr casi paralelo del Canal Imperial y el tendido del
ferrocarril, de noroeste a sureste. No hay construcciones de altura, sus calles,
trazadas a escuadra y cartabón, son de casas bajas, así que, buscando los
edificios emblemáticos nos vamos hasta el centro neurálgico, que es la plaza de
San Francisco Javier, y donde la pareja de cigüeñas encargada de los natalicios
tiene su oficina de reparto, como ya hemos referido, en la espadaña de la
iglesia de San Blas, un templo mudéjar en origen, pero con añadidos diversos,
algunos un tanto chapuceros.
Del mudéjar a la modernidad más
absoluta se pasa en unos metros. Esta modernidad la representa la Casa de la
Cultura. El edificio que la contiene, apodado «nuevo Baluarte» por su semejanza
con el de Pamplona, se inauguró en 2010 como una de las construcciones más
destacadas de la arquitectura navarra contemporánea. A renglón seguido se
encuentra el ayuntamiento, también moderno, pero de ladrillo, y con su reloj de
fachada y todo. Y buscando algo más que ver interesante por aquí y por allá, no
muy lejos está la iglesia de San Bartolomé, que en el pueblo se la conoce como
Iglesia Nueva, construida en el siglo XX también en ladrillo, aunque en ese
solar existía desde el siglo XVII una capilla con el mismo nombre.
A falta de pan buenas son tortas, y si no hay palacios ni mansiones a destacar, pues habrá que visitar algún santuario hostelero donde dar fin a la Andanza y satisfacer esa adicción egoísta y lujuriosa que nos asalta todos los días a la hora señalada por el reloj biológico para ingerir alimentos. Para eso está el bar de las piscinas, porque las cigüeñas, siendo anfitrionas y ofrecernos posada y sustento, según parecen darnos a entender desde allí arriba, no disponen de instalaciones adaptadas a los no plumíferos, ni tampoco su despensa nos parece compatible con nuestros gustos. Gracias de todas formas.