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martes, 12 de marzo de 2024

Orísoain - Orkoien

 Andanza CXXVI: Orísoain - Orkoien

Día: 18/04/2021

En ocasiones la historia se comporta de manera caprichosa y, de vez en cuando, lo comprobamos durante la sustanciación de estas Andanzas nuestras. Todo depende de quien la cuente, porque contadores de historia hay muchos, unos por activa y otros por pasiva, cado uno de su padre y de su madre. La historia la cuentan las personas, pero también la cuentan las cosas. Los individuos que cuentan historia, si lo que narran es contemporáneo a su existencia o próximo en el tiempo, tienen gran credibilidad, a no ser que se muevan por intereses sibilinos, que los hay y los ha habido muy reputados. En cambio, si su existencia se encuentra más o menos alejada de lo que pretenden historiar, este distanciamiento hace que su relato vaya perdiendo consistencia, aunque algunos procuran documentarse lo mejor posible antes de contar nada.

En cuanto a lo que cuentan las cosas y cómo lo cuentan, hoy no vamos a entrar en detalles, porque allá por el año 2017, cuando paríamos la Andanza XCVII, ya hacíamos mención a la verborrea que tienen ciertas cosas, como las piedras, que hablan, y hablan mucho. Nos referíamos entonces a la relación entre las piedras con cicatrices y sus causas, aunque el hablar de las piedras es un hablar un tanto confuso, que da pie a interpretaciones dispares, si bien, el desciframiento de lo que dicen siempre comienza con la observación y termina con el pretendido conocimiento de los acontecimientos.

Pero resulta que las piedras con cicatrices no suelen ser amigas de contar la historia lineal, ni la política, ni la de los grandes personajes, y como se encuentran a sus anchas en arquitecturas humildes y destartaladas, son más de confesar secretos de andar por casa. Ahora bien, hay que tener cuidado con lo que dicen porque, a veces, pretenden engañar. Entonces, si a la hora de interpretarlas, a sus fingimientos sumamos que, digan lo que digan las piedras, nosotros entendemos lo que nos parece y se nos antoja que lo mejor es mirarnos al ombligo antes que darles crédito, apaga y vámonos.

Con esta predisposición a la mirada de corto alcance, a la historia-ficción, a ser engañados por las piedras y, también con premeditada mala fe, porque sabemos que este pasado a rememorar va a existir únicamente en las cosas que contaremos sobre él; sin un ápice de remordimiento, arrancamos la moto dispuestos a bucear en los misterios de las dos localidades que son el objetivo previsto a visitar, de nombre Orísoain y Orkoien. La primera perteneciente a la Merindad de Olite, situada a 30 kilómetros al Sur de Pamplona y la otra vecina a la capital, ubicada en su misma Cuenca, a tan solo 5 kilómetros.

La predisposición transgresora de la que hablamos viene dada, en gran parte, con motivo de nuestra aparición en Orísoain, un lugar de la Valdorva, de poco más de 70 habitantes, al que se llega por la carretera N-121, cogiendo un cruce a la izquierda según se baja, a la altura de Barásoain.  Orísoain tiene un viejo palacio, que es el que nos ha predispuesto. Aunque en la actualidad está reconvertido en alojamiento rural, fue Palacio Cabo de Armería, de los que retienen historias y cuyas piedras hablan a voces, al menos nos han hablado a nosotros, gracias a la predisposición de marras.

Nos ha hablado la clave de su portalón, que tiene un escudo de cinco fajas de gules, y es de lo más locuaz, y nos ha contado, o al menos esto es lo que hemos entendido, que el suyo fue un linaje privilegiado, tanto como el de tener su palaciano derecho a iniciar la vendimia tres días antes que los demás vecinos del pueblo y que por esta poca cosa la moral del resto del vecindario se encontraba socavada.

Ocurrió así que un día, dice la piedra, allá por septiembre del año 1568, el bueno de Martín de Elizalde, por entonces señor del palacio, al alimón con su suegro don Pedro de Elío, se fueron a vendimiar tres jornadas antes que los demás, según era su derecho ancestral. No lo hicieron por joder, aunque la piedra tiene alguna duda al respecto, sino porque el día invitaba a ello y las uvas ya estaban en sazón. Lo de vendimiar, siendo señores del palacio, es un decir. Fueron con mula y pertrechos: mesita, sillas de mano y sombrilla, magras con tomate y vino en frasca de barro.

Y así, tan ricamente, los dos hidalgos se encontraban vendimiando con la vista, a la orilla de sus viñedos, empinando el codo, trasegando magras e incentivando a grandes voces la labor de sus jornaleros, cuando, de manera sorpresiva, aquella escena bucólico-campestre tan bella se vio bruscamente truncada por una lluvia inesperada, pero no de agua salutífera, que hubiera sido bien recibida por la vid sedienta, sino por un chaparrón de boñigas de vaca, de generosas dimensiones, las cuales, cual proyectiles endiablados, impactaron en las jetas de los señores hidalgos, en las magras con tomate y, con suma habilidad, penetraron en el interior de la frasca de vino. Don Martín y don Pedro no daban crédito a lo ocurrido y, por su posición, jamás imaginaron ver llover excrementos sobre sus personas.

Cuenta la piedra que el estamento de labradores de Orísoain, muy mohíno y muy en contra de privilegios en el calendario agrícola, reunido en asamblea nombró una comisión de entre sus integrantes, de "echados palante" y pelo en pecho, la cual, conociendo la rutina del palaciano, tuvo a bien buscar el lugar adecuado junto a las viñas del señor, oculto de miradas indiscretas, y desde allí, preventivamente enguantados todos los conjurados y surtidos sobradamente de deposiciones de ganado vacuno cual munición, hicieron llover aquel maná sobre los caballeros.

Una vez repuestos del sobresalto los agraviados, con gran desazón en el cuerpo por ver las magras y el vino malogrados, alcanzaron a vislumbrar de dónde provenía el origen de sus males, que era de unos matorrales próximos, tan espesos que no se veía figura humana, pero si se oían grandes carcajadas y consiguieron escuchar claramente improperios como “Sean vuestras mercedes bien servidos, pues gran tempestad de mierda os ha descargado sobre las espaldas por vendimiar a deshora. Id con Dios”.

Semejante atrevimiento fue muy en menoscabo del honor de don Martín y don Pedro, quienes mentaron, a grandes voces también, a las madres de los comisionados en los matorrales, aunque estos no se dieron por enterados e hicieron oídos sordos. Los señores amenazaron igualmente con elevar pleito ante la Corte Mayor de Navarra, cosa que cumplieron, pero la piedra no ha entrado en detalles respecto al sentido de la sentencia del proceso. O no lo sabía o no quiso decírnoslo; de todas formas, lo de las magras con tomate nos hizo sospechar respecto a la mucha imaginación y fantasía de la piedra en su elocuencia, pues, aunque el tomate llegó a España a principios del siglo XVI, su uso culinario no se extendió hasta bastante después, así que los hidalgos difícilmente pudieron almorzar magras con esa salsa el día del altercado, y luego nos echan la culpa a nosotros de que nos inventamos lo que nos parece.

La piedra nos ha puesto la cabeza loca a la puerta del palacio y, aunque su cháchara ha resultado amena, debemos continuar con nuestra misión. De camino hacia Orkoien, antes de incorporarnos a la N-121 dirección Pamplona, hacemos una parada en la ermita de Katalain, porque merece la pena contemplar su románico, en especial su bella fachada occidental, sobria pero que no deja de tener cierta monumentalidad. Seguimos, y Pamplona la dejamos a la derecha circunvalándola por la A-15, plantándonos en Orkoien por la NA-700.

Orkoien ya no es lo que era, no sabemos si para mejor o para peor, depende del gusto de cada uno. Ahora forma parte del área metropolitana de Pamplona, con las ventajas y los inconvenientes que eso tiene. Su población se ha multiplicado exponencialmente desde 1970, cuando se inició la industrialización del municipio. Ahora tiene más de 4000 habitantes, cuando a principio de los 70 no llegaba a los 250.

Esta condición de localidad industrial y ciudad dormitorio se ha materializado en su abandono de su antiguo perfil agrícola y en su deserción de la Cendea de Olza, a la que perteneció hasta 1991, año en que se constituyó como municipio independiente. El aumento de población ha conllevado la ejecución de un nuevo planeamiento urbanístico, con la construcción, esencialmente, de viviendas residenciales ordenadas a escuadra y cartabón. Del pueblo viejo poco queda ya, sin embargo, aún sobrevive algo en lo que hoy en día es el límite occidental del municipio.

En este espacio, en lo más alto del caserío, se encuentra la Iglesia de San Miguel, el principal monumento que ha subsistido y en las calles de los alrededores todavía se conservan también algunos caserones engreídos, para refrescarle la memoria a la gente, y reconozca que ésta es la parte antigua del pueblo. La iglesia es de estilo gótico, del siglo XIII, edificada, al parecer, sobre otra anterior románica. Probablemente, aquí se debió ubicar alguna torre defensiva o de vigilancia, teniendo en cuenta su situación estratégica y de privilegiada visibilidad.

Desde aquí hay una panorámica espectacular de Orcoyen y parte de la Cuenca de Pamplona y por eso se ha habilitado un mirador. El templo, a pesar de la edad, luce magnífico, cosa que se nos hace un tanto extraña. Seguramente tiene más retoques que Ortega Cano. Será por eso que sus piedras son poco expresivas. Con tanto cemento nuevo han perdido la memoria y no nos dicen ni mu. En fin, no hay mal que por bien no venga, de manera que el poco alboroto de las piedras nos proporciona la necesaria paz para la contemplación del espléndido paisaje de la Cuenca de Pamplona en un día luminoso como hoy.